Las horas de este fin de semana han pasado como segundos, apenas me daba cuenta que salía el sol, un decir porqué para conseguir una atmosfera digna de cualquier película de terror Belchite se rellenó de niebla que no desapareció hasta llegar de nuevo a Zaragoza. Para entonces ya estaba perdidamente enamorado de aquella región, de aquella familia que me acompañaba y me trataba como si cada día de mi vida hubiera despertado en su hogar con ellos… La cervecita con anchoas, un mimito para el pequeño, ahora unas risas con el tato, ahora toca con Silvia, no tato tranquilo, no nos reímos de ti sino contigo…
Y la noche, que noche! Mientras me duchaba escuchando a Vega y posteriormente a Amaral no me imaginaba ni por asomo como se daría la noche, a esas alturas de la tarde del sábado ya tenía una idea del fin de semana 100% positiva así que ni me marqué expectativas. Algo nervioso estaba puesto que en horas me encontraría con gente que no había visto más que en foto alguna vez, pero el nerviosismo duró lo que dura un bostezo, mientras paseábamos por el puente, divisando el caudaloso Ebro y bajo la atenta mirada de la majestuosidad del reflejo de la parte posterior del Pilar, íbamos charlando sin un tema en concreto pero con muchas ganas de prestar atención en cada palabra, cada gesto y cada mirada.
Minutos después decidimos tomar algo previo a la cena, el local era digno de ser examinado con la precisión que exigen los museos más importantes del mundo, había botellas que realmente eran piezas de coleccionista, aunque no todas las etiquetas estaban en su lugar correspondiente (algunas yacían caídas en la estructura de madera noble y oscura, otras algo torcidas en la repisa,…), aquello era un espectáculo visual digno de ver y de nuevo anchoas pero esta vez acompañadas más finamente por un vinito rosado… Normal que el local estuviera a rebosar. Pese a tener la mosca cojonera del tato metiéndose conmigo ya mi conciencia no hacía más que repetir que me podría acostumbrar a aquello. La cena hubiera echo entrar en coma a cualquier dietista, pero no todos los días uno va a mañolandia, así que de perdidos al río… Tras ello más charleta acompañada de un buen café y el primer chupito de la noche… De ahí un salto temporal que solo podrá ser divisado por los más allegados donde se puede visualizar mi gran sufrimiento y vergüenza…
A la mañana siguiente milagro, ni rastro de resaca, ni cansancio, solo un incómodo malestar: pena. Pena porqué al abrir los ojos sabía que al volverlos a cerrar ya estaría a unos cuantos kilómetros de aquella ciudad que inexplicablemente sentía mía, echaría de menos a los que aún seguía durmiendo y bajo ningún concepto quería molestar al levantarme. Me hice un café, la vergüenza no existía, ya no se si por que con la edad hay cosas que cambian, o por el empeño de MI familia. Con el café en la mano paseaba mirando el interior de cada marco fotográfico, examinando el amor desmesurado que sentían todos hacia el pequeño, ese pequeño que en cuestión de días sería mi ahijado…
No tardaron en despertarse, el tiempo volvía a volar, comimos, charlamos, un café, una cortés despedida del chiquitín que reposaba como un angelito en la cama de la abuela, me daba miedo besarlo, me hubiera odiado exponencialmente si hubiera roto su sueño…
Lágrimas contenidas de unos, lágrimas exteriorizadas de otros, en lo que duraba aquel retardo en la llegada del tren al que me tenía que subir, mi subconsciente ya estructuraba el diálogo interior de tal forma que me planteaba una vida allí diferente para mí pero seguramente mucho más fácil para Ciro… Tal vez…
El amanecer ha sido duro, por eso me encuentro escribiendo, ¿Todo fue un sueño? Aquella bolita pelirroja en la foto existe, lo amo, al igual que a sus padres, echaré de menos oír: Chicooo que quien tiene vergüenza ni come ni almuerzaaa… O los puñales verbales que se meten cada escasos minutos,… Por suerte esta vez, se que nos volvemos a ver en breve.
Besitos del tato.
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