domingo, 21 de noviembre de 2010

Por voluntad sin azúcar


Cada mañana el mismo ritual. Cada mañana abro los ojos y no estás. Cada mañana desayuno amarga leche de soja con cereales diuréticos que saben a cartón. Cada mañana que me afeito un corte emerge por mi piel. Cada mañana mientras saco a Pluto veo como lloran los árboles con más frecuencia, poco a poco se desnudan ante el invierno, dejándole colarse por todos sus recovecos.

Al llegar al trabajo todo me suena con eco. Miro tu fotografía y sigues igual, sonriendo a mi lado. Se me esboza la sonrisa automáticamente, pero ese estado apenas dura unos segundos, el trabajo me reclama. El sueño se apodera de mi, lo combato con un amargo café, sin leche, sin azúcar,... sin nada que me endulce un poco la amargura de no tenerte y ver más factible la realidad de que no pueda tenerte nunca en cada despertar.

Años atrás la inocencia me hacia teñir toda la realidad con un algodón de azúcar rosado, hasta los peores momentos se iban sin esfuerzos, pero ahora soy un adicto a la amargura, me recreo en buscar la manera de acurrucarme en la melancolía, sentir el frío en cada poro de mi piel y socializar cada vez menos con la gente. En esta vida somos dueños de nuestros actos, por lo tanto este cambio ha fraguado en mi interior por voluntad,...

jueves, 18 de noviembre de 2010

El cascabel


Otra de las personas de las que es fácil recordar es del responsable de cierto cascabel que yace en uno de los cajones de la mesita de noche, se que me pidió que lo llevará siempre conmigo, los primeros días de aquella preciosa historia hasta me iba a trabajar con él, hasta que la broma de parecer un gato por cada despacho que pisaba acabó por hacer que lo dejara en un primer momento en la bolsa hasta acabar en casa.

La verdad es que me alimentaste la ilusión, pero por desgracia no era el momento, llegaste por mi cumpleaños y en cosa de un mes ya no nos volvimos a ver, hasta que fui a despedirme antes de un viaje que cambiaría bastante mi rutina diaria. Aquella roca aún debe echarnos de menos cuando anochece y caen las estrellas, diciembre se teñirá de tristeza este año al no vernos por allí y yo un año más en la fría sala del local social miraré con una sonrisa bobalicona al pasillo tremendamente desaprovechado, al recordarte apareciendo como un visitante más.

Tamariu era un lugar perdido en mi memoria que no lograba recordar con exactitud, ahora el recuerdo es perfecto, sin embargo no he osado pisarla de día, por tal de no perder el maravilloso recuerdo que ya por los derroteros de la vida ha sido dividido por la mitad. La vida es así, cada acción tiene una consecuencia y un momento, y aquel desgraciada o afortunadamente, no era el nuestro.

Nuestros caminos se cruzaron y nunca sabremos con seguridad si volverán a hacerlo alguna vez, guardo tu ternura, el agradecer cada abrazo y cada palabra de aliento que en su momento te di y que ha servido para que al valorarte ahora estés con alguien cada noche mimándote, abrazándote y queriéndote, como tanto anhelabas y yo fui incapaz de hacerlo. La herida aún estaba abierta y rogaba descansar durante un tiempo…

Ahora ya solo quedan los buenos recuerdos, sigue habiendo cicatriz, mas o menos visible, como en toda herida, pero afortunadamente al cerrarse aquella puerta se abrió la tuya y la de otros, pero sobretodo la más importante, la mía, la que yo decidí erróneamente cerrar con mil y un candados, tu fuiste la llave maestra capaz de abrirlos todos y permitir al aire volver a entrar, en un lugar donde el odio y el rencor estaba acabando con la vida que había tras ella.


Quart, 24 de mayo de 2007

(Fragmento de Las Cartas que nunca envié)

martes, 9 de noviembre de 2010

Cruce de miradas

Efectivamente era ella. Una compañera de colegio se sentó en los asientos contiguos, me pidió un periódico y no me reconoció.Poco después, escuchando la música del fantasma de la opera que había pasado al ipod, iba mirando a través de la ventana como las obras de adecuación de las vias del tren iban desfigurando paisajes, había tramos que ya ni recordaba debido a lo que habían cambiado. Cuando analizaba un bosque aplastado de chopos (por la pasada trágica nevada), mi mirada no siguió mirando a través del cristal ya que mi reflejo que en él se dislumbraba acaparó mi atención. La ví mirandome con interés. Yo opté por coger el libro y seguir leyendo, aunque a veces notaba como aquellos dos ojos oscuros me enfocaban intentando lograr un diálogo que me encargué de que no tubiera lugar, quería estar solo en aquel vagón, desconectando de todo y analizando lo bien que había ido la mañana.
No me apetecía explicar la noria de sucesos que habían tenido lugar desde que dejamos de ser compañeros de colegio, aunque involuntariamente una sonrisa se marcó en mi cara al pensar que aquello no estaba tan mal.