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Vuelvo a poner aquí algo que me dijeron y que define muy bien lo que siento en cada viaje: la felicidad no es un estado sino una forma de viajar.
Cuando se puede, en cada viaje un destino diferente, pero siempre hay algún factor que se repite: la compañia, el vehículo, la ropa, la música... Cuando la economía no lo permite, repetir un destino nunca tiene por que ser pesado; la experiencia i los conocimientos del lugar nos convierten en personas cada vez más selectivas, cada vez sabemos mejor donde vamos y que queremos ver.
A veces hay que usar la razón y no el corazón para afrontar cada momento con suma serenidad, hacer de tripas corazón y crear una balanza para sopesar los pros y contras, normalmente la balanza se decantaria por la parte negativa si la cargamos con remotas posibilidades y contratiempos, por ello hay que ser lo más objetivos posibles y tener desde el primer momento si realmente se quiere ir o no y luego mirar de planearlo sobre la marcha.
Esta vez digo sí, pero a ver si esta vez los contratiempos no calculados hace una semana, mas que nada porque ni me los imaginaba...
Miraba hacia la calle por la ventana, a mi espalda el roce de la cortina me hacia tocar con los pies en el suelo para no dejarme llevar e irme volando hacia cualquier otro lugar. La situación era sumamente tensa y no queria hacerme cargo de ella, mi corazon parecia el segundero de un reloj y el ruido que este producia con cada latido me martirizaba por dentro. Llovia a mares, la calle se empezaba a encharcar dado que la alcantarilla no tenia tiempo de canalizar tanta agua como caía.
Se acercó sigilosamente, abrazándome, susurrandome al oído, buscando mis labios con los suyos hasta que los esquivé y entonces dolida volvio a tumbarse en el sofá con la mirada triste mirando hacia las patas de aquella mesa maziza de madera de roble que tantas navidades habian acogido los regalos de reyes de los que ya jamás seria testigo...
Permanecí en la ventana alejando cada vez más la vista de la calle y enfocando cada vez más arriba de aquel piso blanco y azul que tan bien conocía. El balcón que aún guardaba entre sus barrotes trozos de guirlnandas de la última fiesta del barrio, medio oxidado, no habría permanecido mucho más tiempo así si aún vivieramos en él, estoy seguro. Mi padre no podia sufrir viendo como cualquier elemento de su vivienda se deterioraba con el paso del tiempo y enseguida se ponia manos a la obra para mejorar su estado.
Algo habia cambiado en los últimos meses, el cariño ya no era suficiente, se le hacia un nudo en la garganta solo con pensarlo, pero cada día que dejaba pasar las represalias derivadas de la respuesta de aquella acción que tanto posponia, se iban agrabando...
Quart, 11 de septiembre de 2007.